Chin Kalahari

Chin Kalahari, interpretado por itsBenson, nacido en China el 8 de enero de 1997 y criado en Los Santos, es una figura única en el mundo criminal. Abandonado por sus padres siendo niño, desarrolló una identidad fuerte y carismática dentro de la mafia "The Union," su “familia no homo,” como él la llama, siendo el dueño de Benny’s Motorswork, el taller mecánico más famoso de Los Santos. Benny’s Motorswork no solo es un taller de reparación, sino también un centro de operaciones clandestinas. Allí, Chin no solo modifica vehículos para clientes ordinarios, sino que también se especializa en alteraciones de alto nivel para pandillas locales y organizaciones criminales, haciéndolo indispensable en el submundo criminal.

  • Nombre completo: Chin Kalahari

  • Apodos: "El chino ramen", "Chino", "xiamoi", "Kalahari"

  • Edad: 27 (aproximada)

  • Situación: vivo (activo)

  • Estado civil: soltero

  • Orientación sexual: heterosexual

  • Nacionalidad(es): Estadounidense y China

  • Origen: China

Fotografías

Chin Kalahari en una de sus mansiones habituales
Chin enmascarado
Chin después de haber explotado una furgoneta
Fanart de Chin Kalahari y Francis Tarazuika hecho por zaibiti

El Imperio de Benny’s Motorswork

Bajo la fachada de mecánico, Chin ha creado un centro de operaciones donde se llevan a cabo negociaciones y ajustes de alto riesgo, incluyendo la venta de armas de alto calibre y la modificación de vehículos para atracos. Su fama como mecánico ha llegado al punto en el que se le considera un facilitador, alguien capaz de conseguir lo que otros no pueden. Este estatus le ha permitido una influencia sin igual en Los Santos, siendo respetado tanto en el ámbito legal como en el ilegal.

Robos Menores y Conexiones Criminales

Además de su negocio de modificación de vehículos, Chin ha estado involucrado en robos menores y actividades de tráfico de armas. A pesar de su independencia, ocasionalmente busca aliados temporales para no implicarse directamente, aunque mantiene su estatus de figura superior entre otros criminales. Su red de contactos, su habilidad para manipular situaciones y su destreza con el armamento lo convierten en un hombre de negocios clave en el mundo criminal de Los Santos.

El Caso de los Códigos RENEGADOS en "FUERTE NOCHE"

El evento que lo catapultó a la vista de las autoridades fue un esquema de fraude masivo en el popular juego "FUERTE NOCHE". Chin inició venta de códigos falsos para que prometian tener la skin "RENEGADA" el el juego "FUERET NOCHE".Aprovechándose de la demanda, generó miles de códigos falsos, estafando a los jugadores y ganando una fortuna. Este esquema atrajo la atención de la LSPD, y en medio de la investigación, Chin conoció al comisario Francis Tarazuika, un hombre cuyo rigor y astucia igualaban a los de Chin.

Francis y Chin

Durante el caso de los códigos RENEGADA, la interacción entre Chin y Tarazuika desencadenó una conexión inesperada. A pesar de ser enemigos naturales, Tarazuika encontró en Chin un aliado valioso. Esta relación se fortaleció aún más cuando Tarazuika ascendió a Director General del FIB.

Huida a China

Debido al aumento de las investigaciones en su contra, Chin decidió escapar a china para no ser capturado por las autoridades.

El regreso de China

El Regreso de Chin Kalahari a Los Santos

Tras años de exilio en China, Chin Kalahari regresó a Los Santos con una misión clara: restablecer su dominio sobre la ciudad. Durante su tiempo en el extranjero, había mantenido contacto con los suyos, pero el control de The Union se había diluido en su ausencia. Ahora, con un regreso marcado por el misterio y la violencia, estaba decidido a recuperar el poder que una vez tuvo.

Al llegar, Chin se reencontró con su viejo amigo Francis Tarazuika, quien había estado manejando los asuntos de la organización en su ausencia. Francis, siempre leal, lo recibió con la confianza de que el regreso de Chin significaba el regreso de la estabilidad para The Union. Los dos sabían que para restablecer su influencia en Los Santos, tendrían que eliminar a aquellos que se habían aprovechado de la falta de liderazgo.

Chin no perdió tiempo. Se reestableció en su antigua base de operaciones, una casa segura en las colinas, y comenzó a reorganizar a sus aliados. Los rumores sobre su regreso se esparcieron rápidamente, generando miedo entre aquellos que habían quedado en el limbo sin su presencia.

El primer objetivo de Chin fue restaurar el flujo de dinero y drogas en la ciudad. Sin embargo, pronto descubrió que había una grieta en su red: Paco García, un simple comerciante en Grove Street, se había convertido en el intermediario involuntario entre las distintas bandas de Los Santos. Paco, sin ser un criminal de gran calado, se vio atrapado en una red de complicidades con The Union. Aunque no era de su interés el tráfico de drogas, las circunstancias lo habían convertido en una pieza clave en el engranaje de la ciudad.

A medida que las tensiones aumentaban, Paco se vio obligado a tomar decisiones cada vez más difíciles. Se encontraba entre la espada y la pared: por un lado, su miedo a Chin y la organización, por el otro, su deseo de proteger su vida y la de su familia. Fue en ese momento cuando Paco cometió un error fatal: intentó cooperar con las autoridades locales, filtrando información sobre The Union en un intento por salvarse.

La traición de Paco no pasó desapercibida. Chin, ahora en el poder, no toleraba a los traidores. Junto con Francis, idearon un castigo ejemplar para el pequeño peón que había intentado jugar a dos bandas. Lo capturaron y lo llevaron al mirador del Monte Chiliad, un lugar solitario donde los "pecados" de los traidores se cobraban con fuego.

Allí, en el frío y oscuro mirador, Paco fue confrontado con su destino. Chin, implacable, le ofreció dos opciones: prender fuego al lugar él mismo o permitir que lo hicieran ellos. Lo que siguió fue una ejecución brutal que dejó al mirador convertido en un infierno de llamas, y con él, la desaparición de Paco García, cuyo cadáver nunca fue encontrado. La leyenda de Paco se extendió rápidamente por Grove Street, y su desaparición se convirtió en un recordatorio de lo que pasaba con aquellos que osaban traicionar a The Union.

Con la ciudad de nuevo bajo su control, Chin Kalahari se consolidó como el líder indiscutible de Los Santos. Su regreso marcó el inicio de una nueva era de poder y miedo, en la que la lealtad era la única moneda que realmente importaba.

Chin Kalahari y el Fantasma de Paco

A pesar de haber eliminado personalmente a Paco García, el pequeño comerciante que había osado traicionar a The Union, Paco siguió siendo un problema mucho más grande de lo que Chin había anticipado. La ciudad, nunca ajena al rumor, comenzó a llenar sus calles con historias de su muerte, y el nombre de Paco García se convirtió en un símbolo para los que pedían justicia. Aquellos que clamaban por su recuerdo se volvieron una amenaza constante en la sombra, mientras que la subcomisaria Federica Rodríguez no podía dejar de obsesionarse con el caso.

Rodríguez, que en el pasado había sido Inspectora Jefa, había desarrollado una aversión particular hacia Chin Kalahari. Para ella, las piezas encajaban perfectamente: el hombre que había estado en la cima del crimen organizado, que controlaba el tráfico de armas, drogas y vehículos modificados, no podía escapar de la culpabilidad. La desaparición de Paco y su presunta traición hacia The Union debían tener un castigo ejemplar. Su intuición la llevó a creer que Chin era el responsable directo de la muerte de Paco, aunque las evidencias siempre se habían mostrado difusas.

La Obsesión de Rodríguez

Rodríguez estaba convencida de que, en algún lugar de Los Santos, debía haber algo que pudiera vincular a Chin con el caso. Para ella, la justicia no era solo una cuestión de poner a un criminal tras las rejas, sino de cumplir con su visión personal de lo que era correcto. Era su manera de vengarse de un hombre cuya influencia siempre había estado más allá de su alcance. Después de varios intentos fallidos por interrogar a los miembros de The Union, la subcomisaria se centró en algo más concreto: la tecnología.

Utilizando su puesto y contactos, Rodríguez comenzó a investigar el historial de teléfonos móviles de Chin y de Paco García. Sabía que si podía rastrear las últimas ubicaciones de los teléfonos de ambos, tendría una prueba irrefutable para su caso. El primer paso fue obtener una orden judicial para solicitar los registros de ubicación de la compañía proveedora de servicio de Chin, VodaTelefono. Pero, a diferencia de las investigaciones previas, la subcomisaria Rodríguez se encontraba ante un verdadero reto: el móvil de Paco García nunca había sido encontrado, y nadie sabía qué compañía lo proveía.

A pesar de las dificultades, Rodríguez no se rindió. La paciencia era su aliada, y después de días de ardua investigación, finalmente obtuvo la información que había estado buscando. El teléfono de Chin había estado en la misma zona que el teléfono de Paco García antes de que este último se desconectara de la torre de servicio. La prueba fue clara: ambos teléfonos coincidían en el mismo lugar, el antiguo mirador del Monte Chiliad, justo en el momento en que el fuego consumió las colinas. Y había más: junto al teléfono de Chin y el de Paco, otros dos dispositivos aparecían en la misma ubicación, pero sus propietarios no se podían identificar.

La Redada y el Arresto

Con las pruebas en mano, Rodríguez no perdió tiempo. Solicitó una orden de detención para Chin Kalahari y, con la colaboración de la LSPD, preparó una redada en el taller mecánico de Benny’s Motorswork. Era el 28 de diciembre, el día en que Chin Kalahari sería arrestado y finalmente llevado ante la justicia.

El taller, conocido por ser una fortaleza de operaciones clandestinas, fue invadido en la madrugada. A pesar de su fama de ser un hombre astuto y difícil de atrapar, Chin no pudo escapar de la redada. Las luces de las patrullas de la policía iluminaron las oscuras calles de Los Santos mientras se realizaba el operativo. En un giro del destino, Chin Kalahari, el hombre que había creado un imperio de miedo e influencia en la ciudad, fue finalmente arrestado, y su nombre fue colocado en los periódicos como el principal sospechoso del asesinato de Paco García.

Durante su traslado al centro de detención, Chin permaneció en silencio, sin ofrecer declaraciones. Su rostro, impasible como siempre, no dejaba entrever lo que pensaba. Sabía que la investigación era solo la punta del iceberg, y que su vida, como la de tantos otros, siempre había estado marcada por el riesgo de caer. Sin embargo, algo en su interior le decía que este no sería el final de su historia. La red de contactos que había construido durante años aún estaba viva, y Chin sabía que, mientras tuviera aliados, su poder nunca desaparecería por completo.

Pero por ahora, la ciudad de Los Santos se sentía un poco más tranquila. Sin embargo, el fantasma de Paco García seguía acechando en las sombras, y los que aún clamaban por su justicia estaban más determinados que nunca a ver a Chin pagar por sus crímenes.

El interrogatorio sobre el fantasma de Paco

La sala de interrogatorios volvía a estar llena de tensión. Los oficiales observaban desde el cristal a Chin Kalahari, cuya actitud no había cambiado en lo más mínimo. Sentado con una postura relajada, parecía más interesado en mirar el techo que en las acusaciones que se le hacían. La subcomisaria Rodríguez, sabiendo que cada minuto que pasaba era crucial, comenzó su segundo intento de interrogarlo, con la esperanza de obtener algo que pudiera vincularlo aún más con el asesinato de Paco García.

Rodríguez comenzó a exponer nuevamente las pruebas, insistiendo en que las evidencias eran claras y lo situaban en el lugar del crimen. Habló sobre los registros de los teléfonos móviles, las ubicaciones que coincidían en el mismo lugar donde Paco García había sido ultimado, y cómo las pruebas apuntaban a Chin como el principal sospechoso. A pesar de ello, Chin no mostró ni un atisbo de preocupación.

La subcomisaria, visiblemente frustrada por su falta de cooperación, le pidió a Chin que se explicara. Sin embargo, él no dijo una sola palabra. Su rostro permaneció impasible, y no mostró ninguna reacción ante las acusaciones. La calma con la que se mantenía, incluso en medio de tal presión, desconcertaba a los oficiales que observaban la escena.

Finalmente, tras varios intentos de hacer que hablara, Chin rompió el silencio. Su voz, tranquila y segura, resonó en la sala.

No declararé hasta que tenga un abogado”, dijo simplemente.

La respuesta fue fría y calculada. No parecía tener miedo a las repercusiones de su silencio, ni siquiera ante la gravedad de los cargos en su contra. Su declaración dejó en el aire una sensación de desafío, como si estuviera completamente seguro de que su situación no iba a deteriorarse.

Rodríguez intentó presionar nuevamente, pero pronto se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer en ese momento. Chin se mantenía firme en su posición, y sin un abogado presente, no podía forzarlo a hablar. El tiempo pasaba, y con cada minuto que transcurría, más claro quedaba que, para Chin, esto no era más que un juego.

Mientras la subcomisaria salía de la sala para coordinar con su equipo, los oficiales que se encontraban observando desde el otro lado del cristal se intercambiaron miradas. La calma de Chin parecía inquebrantable. Y, mientras Rodríguez estaba fuera, se podía ver, a través del vidrio, cómo Chin, completamente indiferente a la gravedad de su situación, subía sobre la mesa de interrogatorios.

Sin que nadie lo interrumpiera, comenzó a moverse con una tranquilidad inquietante, como si estuviera completamente en control. Se movió lentamente, su cuerpo respondiendo a una melodía inexistente en su mente. Giraba, se balanceaba, y hasta levantaba los brazos con una expresión desafiante. Era una escena surrealista, una en la que un hombre acusado de asesinato se comportaba como si estuviera en su casa, completamente desconectado de la realidad de su situación.

Cuando Rodríguez regresó a la sala, encontró a Chin nuevamente sentado, como si nada hubiera sucedido. La subcomisaria, frustrada, intentó continuar con el interrogatorio, pero la actitud desafiante de Chin solo la fortaleció en su creencia de que el hombre estaba completamente seguro de que algo o alguien lo sacaría de allí. Para él, el interrogatorio no era más que una formalidad.

Rodríguez, aún desconcertada por su comportamiento, se dio cuenta de que este caso no sería tan fácil de resolver como lo había imaginado. La soberbia de Chin, su falta de temor ante la acusación, y su claridad al declarar que no hablaría sin la presencia de un abogado, dejaban entrever que el hombre seguía confiando en que alguien, en algún lugar, lo sacaría de esa situación. La subcomisaria no sabía quién, pero la sensación de que alguien más estaba detrás de todo esto era cada vez más palpable.

El juicio sobre el asesinato de Paco García

La sala de la Corte Estatal Nº 2 de San Andreas estaba tensa, el aire pesado con la expectativa. El juicio de Chin Kalahari, el líder de "The Union" y dueño de Benny’s Motorswork, había acaparado la atención de la ciudad. Tras ser acusado de asesinar a Paco García, un pequeño comerciante de Grove Street que había caído en la red criminal de Kalahari, todos esperaban ver si este hombre, conocido por su astucia y frialdad, finalmente recibiría el peso de la ley.

Para su defensa, Chin había elegido a su viejo amigo y leal aliado, Francis Tarazuika, el director del FIB. Aunque Francis no era abogado, su habilidad para manejar situaciones difíciles y su experiencia en el manejo de "asuntos" fuera de los caminos legales lo habían impulsado a tomar este rol. Sin embargo, no sabía mucho sobre cómo funcionaba un juicio formal. Había resuelto problemas de forma directa en el pasado, pero esta vez el sistema judicial de Los Santos sería el que decidiría el destino de su amigo.

Tarazuika intentó defender a Chin con todas sus fuerzas, pero la fiscalía presentó pruebas contundentes, muchas de las cuales dejaban pocas dudas. Los registros de los móviles y las ubicaciones, que mostraban a Chin y a Paco en el mismo lugar en el momento exacto del asesinato, fueron especialmente difíciles de refutar. Las pruebas adicionales sobre sus vínculos con el tráfico de armas y la modificación de vehículos para actividades ilegales cerraron el cerco alrededor de Chin, haciendo que el caso fuera cada vez más desesperado.

Finalmente, el jurado, tras deliberar, encontró a Chin culpable. El veredicto fue claro: el peso de los crímenes cometidos por Kalahari era innegable.

Cita del juez:

"Todos en pie. Chin Kalahari, tras un juicio exhaustivo y un veredicto unánime del jurado, donde se han evaluado las pruebas y testimonios presentados, se ha determinado que usted es culpable de los graves delitos que se le imputan, incluyendo asesinato en primer grado, conspiración criminal, y una serie de delitos federales que han alterado el orden público y comprometido la seguridad de innumerables ciudadanos. La gravedad de sus acciones ha quedado clara, y en consecuencia, este tribunal ha llegado a la siguiente conclusión.

De acuerdo con la Constitución de los Estados Unidos, en especial bajo la Quinta y la Sexta Enmienda, que garantizan su derecho a un juicio justo y a la debida protección legal, le impongo una sentencia que refleja la seriedad de los crímenes cometidos. En virtud del Código Penal Federal, específicamente la Sección 3559, usted será condenado a permanecer en la cárcel por el resto de su vida natural, sin posibilidad de libertad condicional, en una medida proporcional a los delitos cometidos. Este tribunal considera que una sentencia de tal magnitud es necesaria para garantizar que se haga justicia, no solo para las víctimas de sus crímenes, sino también para la sociedad en general.

Le informo, conforme a la Décima Cuarta Enmienda, que tiene derecho a apelar esta sentencia en un tribunal superior dentro del marco temporal permitido por la ley. Si opta por hacerlo, su apelación será evaluada por un tribunal independiente. No obstante, esta corte considera que la condena es justa y adecuada dada la magnitud de sus acciones.

Que esta sentencia quede registrada en los archivos de esta corte, y sirva como un recordatorio de que, en este país, la ley y la justicia se aplican de manera justa e imparcial, sin importar el estatus de la persona ante la sociedad."

Con la sentencia emitida, Chin fue inmediatamente trasladado al penitenciario estatal de Bolingbroke. Esa noche, mientras la condena se hacía pública, se respiraba un aire de incertidumbre en torno a su futuro. Sin embargo, antes de ser llevado en el furgón hacia su destino, se pudo ver una expresión diferente en su rostro. La calma habitual de Chin había sido reemplazada por un atisbo de preocupación. Había algo en el aire, algo que lo inquietaba profundamente. Francis Tarazuika, por su parte, le había prometido hacer algunas llamadas, buscando alguna salida, alguna grieta en el sistema que pudiera ofrecerle una oportunidad. Pero algo en la mirada de Chin dejaba claro que no estaba tan seguro de que el "poder" de Francis fuera suficiente para sacarlo de este aprieto.

A medida que el furgón se alejaba hacia el penitenciario, Chin no podía evitar sentir que algo grande se estaba gestando, algo más allá de lo que había podido prever. La sensación de vulnerabilidad, tan ajena para él, lo inquietaba. La prisión estatal de Bolingbroke era un lugar duro, y aunque la vida de Chin en el mundo criminal había sido una de poder, control y respeto, ahora se enfrentaba a la dura realidad de su condena.

Sin embargo, Chin no era un hombre que se dejara vencer fácilmente, y aunque la preocupación era palpable en su rostro, su mente ya comenzaba a idear nuevos planes, nuevas formas de manipular la situación a su favor. Sabía que el juicio no era el final de su historia.

El "indulto"

Antonio Abajo-Marlaska, jefe absoluto de la Oficina del Interior de San Andreas, era conocido tanto por su capacidad para mover los hilos del poder como por la polémica que lo rodeaba. Su autoridad dentro del estado era indiscutible, aunque su reputación entre los ciudadanos dejaba mucho que desear. Para Francis Tarazuika, sin embargo, esa influencia era exactamente lo que necesitaba para salvar a su amigo Chin Kalahari de un destino aparentemente sellado.

Tras la sentencia inicial que condenaba a Chin a pasar el resto de su vida en prisión, Francis Tarazuika no perdió tiempo. Usando su red de contactos, se puso en contacto con Marlaska. Ambos tenían un historial de favores mutuos, y Tarazuika sabía que podía confiar en la habilidad de Antonio para manejar situaciones complejas y delicadas. Antonio, siempre pragmático, entendió que esta era una oportunidad para consolidar aún más su posición en el tablero político.

Marlaska sabía que la clave estaba en el State Attorney, la figura responsable de ratificar los cargos. Sin su firma, la condena no podía ejecutarse. Antonio llamó directamente al despacho del fiscal general del estado. En una conversación que duró apenas unos minutos, dejó claras sus intenciones: el fiscal debía abstenerse de firmar los cargos contra Chin Kalahari. Aunque el fiscal intentó resistirse, alegando la gravedad de las pruebas presentadas en el juicio, Marlaska no dejó espacio para la discusión. Con amenazas veladas que incluían su destitución inmediata y el fin de su carrera política, el jefe de la Oficina del Interior logró quebrar su resistencia.

Finalmente, el fiscal no firmó los cargos. Esto desató una cadena de eventos que resultó en la anulación de la sentencia de Chin Kalahari. Según las leyes del estado, si los cargos no son ratificados por el State Attorney, el condenado no puede ser encarcelado. Chin fue liberado esa misma tarde, mientras el sistema judicial se tambaleaba bajo una ola de críticas por lo que muchos calificaron como una "burla a la justicia."

La noticia explotó como pólvora en los medios y las calles de San Andreas. Manifestaciones, editoriales y debates televisivos denunciaron lo que parecía ser una flagrante intervención política en el sistema judicial. Sin embargo, tanto Marlaska como Tarazuika permanecieron imperturbables. Antonio sabía que, mientras su partido lo respaldara, las críticas públicas serían poco más que ruido. Para él, esta era solo otra jugada en el ajedrez político que dominaba con maestría.

Mientras tanto, Chin Kalahari celebraba su inesperada liberación. Aunque sabía que esto lo colocaba en el centro de un huracán mediático, confiaba en que los contactos de Francis lo protegerían.

Marlaska, en cambio, veía esto como un éxito personal. Para él, las críticas y el descontento popular eran irrelevantes mientras mantuviera el control. Una vez más, había demostrado que en San Andreas, el poder no siempre residía en las leyes, sino en quien sabía cómo doblarlas.

Balas en la Autopista

Era casi medianoche cuando la autopista que baja de Sandy Shores hacia Vinewood se iluminó con los destellos de un control rutinario del SAPD. Un sedán negro, sin matrícula visible, transitaba a velocidad irregular entre los carriles. El vehículo, de apariencia anodina, ocultaba a dos hombres que llevaban semanas evitando cualquier punto de control en todo el estado. Al volante, Chin Kalahari. En el asiento del copiloto, su supuesto aliado, Anselmo Santa Iglesia.

Las luces del patrullero aparecieron de golpe detrás de ellos, bañando el interior del coche con reflejos azules. Chin, sin perder la calma, murmuró entre dientes:

— "Mantén la calma. No hagas nada estúpido."

Pero antes de que pudiera bajar la ventanilla para hablar con los agentes, retumbaron los disparos. Nadie sabe quién empezó, solo que alguien nervioso apretó el gatillo, y en segundos el asfalto se convirtió en un campo de chispas. El parabrisas del sedán estalló en mil fragmentos. Chin intentó forzar el control del volante, pero un impacto directo en la rueda delantera lo lanzó fuera de la calzada. El coche se detuvo entre humo, luces y eco de sirenas.

Ambos hombres quedaron heridos. Chin recibió un disparo superficial en el hombro izquierdo; Anselmo, uno más leve en el brazo. Cuando los equipos de emergencia llegaron, los encontraron conscientes. El líder de The Union permanecía con los ojos abiertos, respirando despacio, midiendo cada palabra mientras los paramédicos trabajaban sobre él. A su lado, Santa Iglesia no dijo nada. Ni una palabra. Ni siquiera cuando vio a los agentes de NOOSE entre los uniformados mezclados con la policía estatal. Mantuvo su papel hasta el final, leal a su misión, pero también a la historia que había construido junto a Chin.

Fueron tratados rápidamente y, tras constatar que sus heridas no eran graves, escoltados bajo custodia al hospital de Los Santos. Allí permanecieron bajo observación apenas unas horas. Se les colocaron vendajes, recibieron analgésicos y, una vez estabilizados, fueron trasladados esa misma noche a las dependencias del SAPD.

Ya en la comisaría, ambos fueron ingresados en la misma celda. Chin, exhausto, observaba el suelo de cemento, mientras Anselmo se mantenía sentado cerca de la pared, fingiendo malestar. Los guardias, ignorando su identidad oculta, los dejaron juntos por motivos de espacio y seguridad. Nadie imaginaba que el informante y el líder criminal compartían el mismo silencio tenso.

El reloj marcaba las tres y media de la madrugada. Los corredores del SAPD estaban casi vacíos, y el único sonido era el goteo intermitente de una vieja tubería. Chin hablaba poco, pero en su mirada se percibía que entendía perfectamente lo que se avecinaba. Sabía que, sin Francis Tarazuika en la ciudad, no habría llamadas, ni abogados de confianza, ni maniobras políticas posibles. Esta vez, no quedaba nadie.

En un momento, sin levantar la voz, le dijo a su compañero:

—"Estamos jodidos." —Sus palabras se perdieron en la semioscuridad.

Anselmo no respondió. Permaneció inmóvil, con la cabeza baja, ocultando el conflicto que comenzaba a gestarse en su interior. Había cumplido la orden de Graves al pie de la letra, pero esa noche, en aquella celda, frente al hombre al que había traicionado sin revelarlo, comprendió lo pesado que podía ser un secreto bien guardado.

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